Su cuello es larguito, pero no mucho ni poco, es…perfecto, espectacular e impoluto como todo lo demás en ella, armonía y belleza. Como dos gacelas sus senos redondeados con la pendiente justa. Ni un ápice de error.
Su cintura, de escasos 60 centímetros de diámetro, era en armonía también. Sus caderas acorde al resto, redondeadas. Sus muslos, comparables a dos jarrones tallados a mano. También sus rodillas eran hermosas, sus pantorrillas armonizaban con sus diminutos tobillos. Sus pies eran hermosos.
Su aliento olía a manzanas. Siempre. Era, literalmente, una muñeca. Podías estrujarla, mecerla. Besarla, e incluso romperla. Pero nunca iba a hablarte. Nunca se iba a quejar. Porque era una muñeca.