La miró con ese odio que lo caracterizaba, con ese disgusto y con su costumbre de quejarse, como una puerta que oxidada, chirría sin parar.
La miró y su mirada lo decía todo...
Su historia empezó y terminó hace 15 años en una noche de calentura.
Su tortura fue gustarle a los demás, un casamiento de apuro fue el pasaporte a un horrible infierno que dura hasta hoy.
Y el horizonte de sus sueños se fue confundiendo con la sangre que emanaba de su interminable herida eternamente abierta.
El, abandonado de la vida, de lo que alguna vez fueron sus padres, parido a la vida de sus interminables quejas...
Ella, reseca por el sol que la alumbró con paternales insultos y estremecedoras maldiciones de su madre.
Lo vio esa noche, con su mirada encendida por el odio y un presentimiento horroroso de lo que le sucedería.
Lo vio, juntaba sus pedazos mientras la despedazaba con la bala de hielo de sus pupilas. Lo vio aborreciéndola con la inenarrable agonía de su satisfacción que se desvanecía en el terror de las súplicas de ella.
Le suplicó que separaran sus existires. Le rogó que la dejara en paz. Le rogó el divorcio miles de veces, le pidió por favor que la dejara tranquila.
Y ahí, sola, sufrió su muerte. Sintió el frío del acero revolviéndose en sus entrañas, sintió todo, se bebió su joven vida mientras el desgarraba su inocencia. Inocente por haber creído que algún día llegarían a algo, que el sufrimiento la abandonaría...
Y sufrió su asesinato, sintió cada puñalada, mordiscos y patadas, hasta que el alivio de la muerte la abrazó.