viernes, 5 de julio de 2013

Taxista Curtido

Me encontraba una tarde de junio manejando un taxi, con mis manos curtidas por el frío viento campero del sur de Argentina, cuando de pronto divisé un niño tiritando de frío en la vereda de enfrente, perdido entre los transeúntes apresurados por llegar a su casa. Con su mirada de dolor interrogaba a los desprevenidos pasajeros del colectivo "La Balsa". Los interrogaba de manera tácita, con sus labios grandes, inflamados por el pegamento aspirado en días pasados. Sintiendo el rechazo. Ese rechazo que había sentido toda su vida desde que tenía uso de razón.

Cuando de pronto vi a un hombre cruzando apresuradamente la calle en dirección a mi humilde nave. El susodicho me interrogó de frente y sin más rodeos me dijo: - ¿Cómo le va, jefe?- y sin esperar respuesta agregó: - No es muy caro el pibe, ¿eh?, por solo cincuenta pesos se lo hace completito en un buen hotel.

No pudiendo contener mi mezcla de asombro, furia y espanto, gritéle al imbécil: -salga de aquí, enfermo de porquería, váyase antes de que le estampe toda la cara.

Minutos más tarde, me encontraba manejando mi vehículo hacia mi casa, decidido a contarle lo sucedido a la vieja.

Al llegar a mi hogar, mi metro ochenta de estatura se desplomó, aterrado, en una de las sillas del comedor, y sin saber como ni cuando, hundí mi rostro en mis curtidas manos cansadas, y rompí  a llorar, intentando contarle a la vieja lo sucedido. Fue inútil querer contarle lo acontecido...corrió mi fiel compañera a traerme un vaso de agua mientras calmaba yo mi llanto. Entonces logré consolarme y ,sin prisa ni pausa, le conté a mi amada lo que me salía.

Y la vieja, sollozando conmigo, tomó un pañuelo de su delantal y ofreciéndomelo me dijo: -Querido, cálmate, no podemos hacer nada, más que llorar por lo acaecido.